jueves, 26 de mayo de 2011

Citas

Solo he leído la cuarta parte de "Ese maldito yo" de Cioran, pero ya he conseguido todo esto:

«El mejor medio de desembarazarse de un enemigo es hablar bien de él por todas partes. Acabará enterándose y dejará de tener la fuerza necesaria para perjudicarnos: le habremos roto su resorte... Seguirá atacándonos, pero ya sin vigor ni consecuencias, pues inconscientemente habrá dejado de odiarnos. Ha sido vencido e ignora al mismo tiempo su derrota.»

«Cuando se debe tomar una decisión capital, nada hay más peligroso que consultar con los demás, dado que, salvo algunos extraviados, nadie desea sinceramente nuestro bien.»

«Todo aquel que ha soportado una adversidad mira por encima del hombro a quienes no la han padecido. La insoportable infatuación de los operados...»

«Pobre del escritor que no cultive su megalomanía, que la vea menguar sin reaccionar. Pronto se dará cuenta de que uno no se vuelve normal impunemente.»

«Según la Cábala, Dios permite que su esplendor disminuya para que los ángeles y los hombres puedan soportarlo. Lo cual equivale a decir que la Creación coincide con un debilitamiento de la claridad divina, con un esfuerzo hacia la sombra que el Creador ha consentido. La hipótesis del oscurecimiento voluntario de Dios tiene el mérito de abrirnos a nuestras propias tinieblas, responsables de nuestra irreceptividad a cierta luz.»

«No se habita un país, se habita una lengua. Una patria es eso y nada más.»

«Las religiones, al igual que las ideologías, que han heredado sus vicios, no son en el fondo más que cruzadas contra el humor.»

«Las hazañas sólo son posibles en las épocas en que la auto‑ironía no ha hecho aún estragos.»

jueves, 19 de mayo de 2011

Acampadas

Algunas palabras dan la impresión de no decir nada: democracia, unidad, pueblo, libertad, justicia, dignidad. Y la verdad es que poco dicen porque nos las han quitado, nos las han robado los genios del marketing que han convertido cualquier cosa en una revolución, aunque sea un descuento en las tarifas del teléfono móvil o un nuevo bronceador, porque la democracia que conoce más la gente es la del teléfono móvil a 1,5 euros el mensaje, porque el pueblo es el lugar donde siempre has pasado las vacaciones tú que eres de Madrid, porque la justicia es un suplicio de años que ojalá no te toque nunca (pleitos tengas y los ganes), porque la dignidad se ha olvidado cuando tanta gente está dispuesta a vender su intimidad a cambio de cuatro perras y a su madre porque la sacaran en la televisión. Así que parece que lo primero que tenemos que hacer es recuperar el valor de las palabras. Ya ves, a mí que me decían que estudiar letras no servía para nada, a mí que me decían que por qué no estudiaba un máster de administración de empresas.
No quiero caer, a mis años, en la alabanza fácil de lo que está sucediendo en las plazas. El cínico que me habita y que se ha ido construyendo tras muchos años trabajando en una gran empresa y dedicándome a la vez a muchas otras cosas, me lo impide. Y hay muchas cosas criticables: la reunión de intereses dispares, la dificultad de articular un discurso, y también los malabares, las flautas y los perros, a qué negarlo. Pero yo no quiero ser cínico, yo quiero pensar que la avaricia alguna vez dejará de ser el motor que mueve nuestro mundo aunque esto suene pueril. Los genios del marketing también han conseguido que suene pueril cualquier discurso que hable de cambio. En Occidente el único cambio que se mira con buenos ojos es el cambio de teléfono móvil.
He vivido como adulto los últimos 20 años en España y lo he visto, he trabajado y estudiado con ellos, los que son diez años más jóvenes que yo, y los entiendo. Los últimos para los que se cumplió aquello de que estudiando tendríamos un futuro mejor que el de nuestros padres tenemos cuarenta años. Fuimos la primera generación española verdaderamente europea, los primeros Erasmus, aprendimos idiomas, viajamos, trabajamos desde jóvenes, estudiamos. Para algunos de nosotros sí que funcionó aquello que nos decían, funcionó y tenemos buenos trabajos aunque hayamos ido viendo cómo nos aprietan cada vez más, como nos hacen pensar en un futuro de viejos desamparados, como nos meten miedo. Pero tenemos buenos trabajos. Somos la generación del poder, los que militamos en partidos políticos, los que nos sentimos más o menos protegidos por los sindicatos, los que conseguimos llegar.
Decimos que la crisis provocada por la inflación mundial de la codicia la hemos acabando pagando nosotros, los que no nos enriquecimos, los que tenemos una nómina y pagamos la cuarta parte en impuestos, no los que gestionan su patrimonio a través de sociedades, esos no. Nosotros. Es cierto. Pero para una persona con un puesto de trabajo estable lo único que ha hecho la crisis es reducir su cuota de la hipoteca. Así que no nos quejemos tanto. Para una persona con un puesto de trabajo estable lo único que ha pasado es que ya no nos sale tan barato viajar a los Estados Unidos. Tenemos miedo, sí, y gastamos menos, pero hay mucha gente como yo. Repito: no nos quejemos tanto.
Los que vienen detrás, sin embargo, hablan más idiomas que nosotros, han viajado más y se han preparado más, y tienen un muro delante, un muro o una mochila y un adiós a este país miserable que gasta miles de euros en formar a gente que tiene que emigrar para conseguir un sueldo digno. Dignidad. Otra de esas palabras.
Los conozco bien, ya digo, he trabajado con ellos, he estudiado con ellos y ha sido una suerte haberlos conocido y tenerlos como amigos. No porque sean más jóvenes sino porque han conseguido que la esclerosis de las ideas que acompaña a la edad (esa mirada de conmiseración que se nos pone a las personas maduras cuando los jóvenes proponen cosas idealistas) se me haga más ligera.
Y creo que llevan mucha razón en los motivos de su protesta, creo que están consiguiendo algo que ningún partido había conseguido en los últimos años, que es hablar de política sin que esa palabra suene pringosa y sucia. Otra palabra recuperada más.

Yo no sé ustedes pero yo preferiría que se quedaran aquí. Que no se fueran a Alemania o a los Estados Unidos. Aunque los vuelos sean baratos.

lunes, 16 de mayo de 2011

Refugio

Hay días en los que el refugio de la literatura, por utilizar un tópico manido, es verdaderamente un refugio y preferirías mil veces estar dentro de una novela que dentro del periódico, esa fotografía movida de un estado de cosas que no entiendo porque es imposible sobreponerse a los políticos sonriendo a la cámara; a los jóvenes acampados; a las mujeres degolladas por sus ex parejas; a gerifaltes en suites carísimas que nos provocan repugnancia; al estado general de sociedad occidental, encaminada sin remedio a parecerse cada vez más a una urbanización para ricos rodeada de una muralla con alambre de espino, garitas de guardias de seguridad con armas automáticas y vehículos blindados que repelen las oleadas de desesperados y hambrientos que van a romper una y otra vez con sus cráneos contra ella; a las elecciones, por Dios, a las elecciones, como si realmente pudiéramos elegir algo: el presidente de una empresa o el presidente de la siguiente con exactamente los mismos principios morales y la misma avidez y la misma codicia y la misma querencia por adular a gente que se merecería que clavaran sus cabezas en una estaca, y esto es solo es una metáfora, que quede claro. Días en los que cualquier historia, cualquier personaje, cualquier escenario nos parecería mejor que esta basura que tenemos que soportar, esta cascada interminable de idioteces, de tuits, de mensajes en facebook, de mensajes por teléfono móvil, este concurso a la popularidad sin objeto, este desfile de ingenios obtusos, esta necesidad de sentirse alguien, de levantar la cabeza unos milímetros sobre el mar interminable de cabezas que se divisa por todas partes, de hacerse algo de hueco a codazos entre todos los que, como tú, como yo, piensan que tienen algo que contar, piensan que tienen algo que decir, este interminable desfile de bits, esta vacuidad.
Así que aquí tienen un par de puertos seguros en los que uno puede refugiarse de la tormenta exterior. En el primero el mar es turquesa y la arena blanca de la playa no se sabe si está producida por los restos calcáreos de conchas preshitóricas o por el polvillo que, poco a poco, van soltando los cadáveres decapitados de la frontera del Norte. En el segundo, el huracán golpea la costa y las olas se han comido la playa mientras el viento amenaza con fragmentar en mil tablones la pequeña casa de madera en la que nos refugiamos.

El primer puerto es Señales que precederán al fin del mundo, de Yuri Herrera, en Periférica; el segundo Padres, hijos y primates, de Jon Bilbao, en Salto de Página.

Si se aplican podrán visitar los dos en una única tarde. O llevárselos de acampada.