martes, 19 de abril de 2011

Marías

Cuando uno lee de verdad (habría tal vez aquí que consultar con un neurolingüista, ya se sabe que lo malo de las ciencias humanísticas es que basta con tener buena pluma para afirmar cualquier cosa) y firma el pacto implícito que cualquier libro de ficción propone, y se ve inmerso en un mundo diferente al real, es difícil escapar, salir de él rápidamente. Esto me parece particularmente cierto con los escritores del ritmo (gran título para una agrupación literaria, tomen nota), como Javier Marías, en los que es mucho más importante el estilo y las circunvoluciones y el volver una y otra vez sobre las mismas ideas que la historia. La historia nunca importa en las novelas de Marías y no por eso dejan de gustarme. Más bien al contrario, me pasa con él lo mismo que me ocurría cuando pasaba un semestre estudiando sonetos: que al final el ritmo del soneto resonaba en mi cabeza como un compás flamenco y todo se ajustaba a ese ritmo, tal y como decía Octavio Paz que sucedía a los poetas románticos, empeñados en reflejar el sonido del mundo con el metro y la cadencia de la poesía tradicional. Es algo así, cuando dejo de leer lo que sea que Marías ha decidido contarme, con ese estilo suyo tan alambicado, tan repetitivo, tan obsesivo, tan afectado a veces, es la música de su prosa lo que resuena en mi cabeza, es la puntuación extraña, las frases insertadas unas dentro de otras, son los condicionales, son las propuestas de una historia dentro de otra historia, como si dijera: “voy a escribir una novela en la que habrá constantes saltos espaciales y temporales y en la que los personajes hablen de forma tan poco creíble como se me ocurra y aún así voy a conseguir que el lector quede atrapado sin remedio en la malla, en la red que, poco a poco, una palabra tras otra, voy tejiendo, y quede así trabado en la urdimbre de las palabras que se amontonan, que dibujan imágenes, que construyen poco a poco ese pensamiento literario que dota a las cosas de una falsa apariencia de verdad.”. Y sí, Marías puede ser cargante y para aquellos que odian las novelas sin trama en las que no pasa nada (una postura que no comparto pero que entiendo perfectamente) seguro que se hace insufrible, pero a mí me sucede lo contrario, que se me hace interesante por lo que tiene de reflexiva su literatura, por la digresión:
«Curiosamente no me sorprendía ni me causaba violencia que Luisa me hablara con tanta confianza, como si yo fuera una amiga. Tal vez no podía hablar de otra cosa, y en los meses transcurridos desde la muerte de Deverne había agotado con su estupefacción y sus cuitas a todos sus allegados, o le daba vergüenza insistir sobre el mismo tema con ellos y se aprovechaba para desahogarse de la novedad que yo suponía. Tal vez le daba lo mismo quién yo fuera, le bastaba con tenerme como interlocutor no gastado, con quien podía empezar desde el principio. Es otro de los inconvenientes de padecer una desgracia: al que la sufre los efectos le duran mucho más de lo que dura la paciencia de quienes se muestran dispuestos a escucharlo y acompañarlo, la incondicionalidad nunca es muy larga si se tiñe de monotonía. Y así, tarde o temprano, la persona triste se queda sola cuando aún no ha terminado su duelo o ya no se le consiente hablar más de lo que todavía es su único mundo, porque ese mundo de congoja resulta insoportable y ahuyenta. Se da cuenta de que para los demás cualquier desdicha tiene fecha de caducidad social, de que nadie está hecho para la contemplación de la pena, de que ese espectáculo es tolerable tan sólo durante una breve temporada, mientras en él hay aún conmoción y desgarro y cierta posibilidad de protagonismo para los que miran y asisten, que se sienten imprescindibles, salvadores, útiles. Pero al comprobar que nada cambia y que la persona afectada no avanza ni emerge, se sienten rebajados y superfluos, lo toman casi como una ofensa y se apartan.»

«Los enamoramientos» no es su mejor novela pero aún así es mucho mejor que la mayor parte de las novelas que se publican. Pero, bueno, los que me conocen saben que soy Mariísta. De siempre. Así que no esperen ahora que cambie de parecer.

3 comentarios:

  1. Siempre me ha parecido muy extraño ese "de siempre", como si uno firmase un contrato perpetuo de adoración a un escritor. Personalmente, si alguno de mis favoritos va flaqueando, le leo con menos fervor y acabo mandándolo a freír puñetas. Cambiar de opinión, o de gustos, o de marido, no es un pecado, sino una opción vital.

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  2. Lo defiendes (si es que lo necesita, a pesar de que sin duda lo atacan, y muchos) muy bien.

    Hace poco volvía a leer en una entrevista a R. Reig sus inacabables críticas a Marías, que a mí me parecen algo casi personal, para psicoanalizar.

    Un abrazo.

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  3. Hola Santiago,
    Sí, llevas razón. Si Marías hubiera sacado una novela que no me gustara nada, no seguiría siendo su seguidor. Tal vez no me he expresado bien, pero lo que quería decir es que esta novela de Marías es una novela típica de Marías y que eso hace precisamente que me guste porque me gusta su estilo. Por las razones que he escrito en el post. :-)

    Hola Porto,
    Pues no sé, a mí también me gusta Reig y puedo entender que Marías le caiga como un tiro: esa familia, ese aire de superioridad, ese abuelo cascarrabias en el que se convierte en sus columnas, esas escenas inverosímiles de sexo (en una de sus novelas hay una escena increíble con un condón que, vamos, es para denunciarlo :-D), ese estilo afectado...

    No creo que se trate de defender a la persona (que él ya puede solito) sino más bien un estilo que a mí me gusta. Por las razones escritas.

    Gracias por los comentarios

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