martes, 29 de noviembre de 2011

"Acceso no autorizado" de Belén Gopegui

Belén Gopegui ha escrito un libro verdaderamente entretenido que, además, es político, es decir, un oxímoron que diría un retórico, una contradicción en sus propios términos: política entretenida. Pero lo ha conseguido, por un lado, construyendo un thriller más que verosímil y, por otro, poniendo las reflexiones políticas en boca de un personaje, la vicepresidenta del gobierno, en el que no solo resultan pertinentes sino incluso necesarias.

A mí, que alguien con tanta responsabilidad (iba a escribir poder pero el poder está en otro sitio, inaprensible, desubicado, omnipresente y oculto a la vez) aparezca en la novela haciendo esa clase de reflexión política me resulta verosímil, que es de lo que se trata. De hecho, dudo mucho, aunque me pese, que las reflexiones de altura que pueblan la novela se hayan producido en la realidad. Ni parecidas, vamos. Pero una cosa es la verosimilitud y otra la verdad, ya saben. Desgraciadamente, yo creo que la política, al igual que cualquier otra empresa en la que la responsabilidad se diluya a lo largo de la pirámide jerárquica, la realizan personas que, gracias al alambicado juego de influencias, poder y dinero, solo suelen ser engranajes que transmiten las órdenes de arriba a través de la cadena. En eso la política cada vez se diferencia menos de la gestión empresarial y si tienen alguna duda miren a Italia y observen como los políticos ni siquiera se esfuerzan en disimularlo. Los tecnócratas no salen elegidos en las urnas. Tal vez una vicepresidenta del gobierno crea que puede cambiar las cosas pero hasta el momento esos cambios no se han producido. Que yo recuerde, al menos. Que lo escriba, que lo piense, que nos lo haga saber es verosímil, sí, pero sería mucho mejor si fuera verdad. Ya ven, tantas vueltas para acabar diciendo que sería fantástico tener políticos más capaces, con ideología, sea cual sea, y no personas presas de las encuestas y que lo mismo piensan una cosa que la contraria y que, ya de paso, se aprenden lo necesario sobre la economía mundial en dos tardes.

El otro pilar de la novela, la trama policíaca o negra o criminal como quieran llamarla está muy bien ambientada en el entorno de los expertos en seguridad, de los hackers. La seguridad hoy en día tiene que ver, en gran parte, con flujos de información circulando a través de microondas, con riadas de bits atravesándonos a cada momento, con la incansable conmutación de los routers, en la base de todos los servicios que utilizamos. Y no solo son creíbles los personajes sino también sus comportamientos y su filosofía. No les voy a contar mi vida pero digamos que por mi formación y por mi experiencia, tanto profesional como personal , entiendo bastante de estos temas (sin entrar en detalles, es cierto) y he leído muchos artículos sobre ellos. El caso es que Gopegui se ha documentado muy bien y los personajes del abogado, del Irlandés y del ingeniero encargado de duplicar un sistema de escucha de teléfonos móviles son verdaderamente creíbles. Las aspiraciones de cambiar el mundo escribiendo código delante de una pantalla parecen megalómanas pero no lo son en absoluto. Fueron hackers como ellos los que acabaron creando Internet, el correo electrónico, los programas de cifrado y tantas otras cosas, fueron hackers como ellos los que acabaron creando programas como Facebook o Twitter, escritos para ganar dinero con la publicidad y que acabaron con Gadafi como curiosa víctima colateral. Cuando lean a alguno de ellos protestando por los ataques a la neutralidad de la red, préstenle atención, están defendiendo la libertad de información, que es la de todos.

El caso (antes de ponerme un pelín panfletario y demagógico) es que la novela me ha encantado. Un par de tardes me duró. La Gopegui es grande.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Parar

Recuerdo la felicidad de las jornadas de estudio, el gozo de leer a Gil de Biedma o a Quevedo, las charlas de los profesores, la cristalización de esta afición a la lectura; recuerdo al hombre que decidió estudiar una carrera universitaria para refinar su criterio como lector, una vez que comprendió que no existía el tiempo suficiente para leer todo lo que era necesario, la deriva que acabó tomando su vida una vez que empezó a leer artículos, reseñas, críticas, literatura técnica. Recuerdo esas cosas con una nostalgia que no se corresponde con el tiempo que ha pasado pero el tiempo (¡ay el tiempo!) se ha llenado de debates estériles en Facebook, de autores demasiado pagados de sí mismos que tuitean 25 mensajes ingeniosos al día y de editores que todas las semanas publican a un autor que cambiará para siempre la literatura mundial; se ha llenado de mensajes, de palabras de relleno. En fin, el tiempo ha cambiado porque ahora tiene más cosas dentro y ha aparecido una velocidad que no existía hasta ahora, un ritmo que se intuye contrario a la literatura.

Miremos de nuevo, más despacio. Como Carlos Marzal:

Cuatro gotas de aceite
sobre un trozo eremita de pan blanco
o sobre el obsequioso corazón
de un tomate maduro en sacrificio,
nos aleccionan con su desnudez,
con su absoluta falta de consejo.

La belleza del mundo es tan frecuente,
tan desinteresada de sí misma,
que hasta que se desvanece en certidumbre,
y acaba por nublarse a nuestros ojos.
Por eso es un pecado
de extrema ingratitud no dar las gracias
en alto con la voz del pensamiento
y con la muda fe de los sentidos.

En la desposesión está la esencia,
en la simplicidad, lo permanente.
Para ungir con lo bello nuestra carne
hay que buscar lo bello donde ha estado
despierto en claridad desde el principio.

El hecho de verter las cuatro gotas,
cuatro lágrimas densas de oro humilde,
sobre las migas cándidas, supone
un acto elemental
contra la ruina
una rúbrica más
contra la muerte.

jueves, 27 de octubre de 2011

"Ejército enemigo" de Alberto Olmos

El problema de enfrentarte a una novela escrita por alguien como Alberto Olmos, que ha escrito tanto hablando de otras novelas, en muchos casos de una forma deliberadamente provocadora, adoptando la pose de enfant terrible de la crítica y diciendo cosas como —cito de memoria— «la historia de la literatura española es una puta mierda» o algo así, es que resulta muy fácil que la sombra de su autor planee sobre el texto al hacer una reseña o un comentario o una crítica o una impresión personal o lo que quiera que sea esto que hago en este blog. Yo creo, en cambio, que cualquier texto es un artefacto que se cierra sobre sí mismo. Si Norman Mailer fue un cabrón (uno de verdad, no un personaje que pretende remover un poco la melaza del mundillo literario español; con mucha gracia, por cierto) que apuñaló a su mujer, eso no impide que reconozcamos que escribió unas cuantas obras maestras. También Céline fue un fascista, como Malaparte; Quevedo un resentido; Lope un adulador, etc., etc.
Juan Malherido, el heterónimo de Olmos en Internet, se ha aplicado a rajatabla aquello que cantaban en la Hora Chanante: «Hijo de puta hay que decirlo más» y, como no podía ser de otra manera, se ha ganado unos cuantos enemigos que estaban esperando la publicación de una obra suya para atacarla sin miramientos, relamiéndose. Yo personalmente hubiera preferido que estas disputas literarias fueran como antaño, con retos a duelo, golpes y amputaciones —conocida es la anécdota de que Valle-Inclán perdió el brazo tras una pelea con el periodista Manuel Bueno por una discusión banal— porque, más que nada, a veces me aburro de leer la sección de cultura de los periódicos pero, claro, vivimos tiempos más civilizados y no hay manera.
El caso es que, abstrayéndonos del papel que su autor ha jugado los últimos años en la joven literatura española, la novela me ha gustado bastante.
Muchas de las críticas que se han hecho de la novela inciden en que se trata de una novela ensayística, es decir, una novela que plantea la trama casi como excusa para opinar sobre el estado de las cosas. A mí eso no me molesta, la verdad, sobre todo, porque creo que Olmos hace gala de un olfato muy fino en el análisis de los cambios que está introduciendo Internet, aunque esta frase suene algo rimbombante y propia de una clase de sociología. Por ejemplo, creo con él que la generalización de la pornografía al tiempo que la desaparición casi total de la culpa asociada a su consumo está cambiando las relaciones humanas de una forma profunda. Y no solo las relaciones sexuales. También coincido con él en lo importantes que se han vuelto las palabras cuando gran parte de nuestra memoria externa se encuentra en una granja de servidores de California, almacenada para siempre en ordenadores de Google. Tal vez la gente esté perdiendo la capacidad de enfrentarse a textos profundos y prefiera consumir snacks de información, resúmenes y breves que les proporcionen la sensación de estar informados sin tener que hacer ningún esfuerzo pero, mucho más que antes, somos las palabras que escribimos y las que leemos. It’s a fact, que diría un inglés. También me parece acertada su crítica al buenismo bienintencionado que lava la mala conciencia de muchos niños ricos que están a favor de la revolución —siempre que suceda muy lejos— y que ni siquiera conocen el nombre de la mujer que limpia en casa de sus padres.
En ese sentido, Olmos me recuerda a Houellebecq —ya salió el francés, estaba al caer—, un autor que opina con libertad sobre una gran variedad de temas no necesariamente considerados literarios. ¿Es literario hablar sobre la dificultad que encierra gestionar el suministro de mercancías en una cadena de grandes superficies teniendo en cuenta que se trata de resolver una ecuación con muchas variables, entre ellas el tiempo? No. ¿Es interesante? Sí.
Pero sobre todo me recuerda al francés porque Olmos también es capaz de construir personajes desagradables, egoístas, ensimismados, incapaces de afecto, obsesionados por el sexo y que, sin embargo, hacen y dicen cosas en las que nos vemos reconocidos, aunque no nos guste, aunque nos repugne. Eso nos hace pensar, nos deja un poso, nos permite examinarnos con más sinceridad.
La trama me parece algo endeble, sobre todo la parte final en la que el protagonista se enfrenta al antagonista (no quiero desvelar nada) en una escena bastante bufa. El estilo a veces tampoco funciona. Pero, teniendo en cuenta que las novelas que más se venden son en gran parte pasatiempos —textos que una vez leídos desaparecen de nuestra memoria dejándonos la sensación de que hubiera sido mejor ver una serie con el mismo argumento— hay que decir que esta novela me ha parecido, hum, necesaria.
Eso sí, yo nunca me tomaría una cerveza con el protagonista. Me parece un tipo despreciable. Aunque también es verdad que aquellos que quieran leer vidas ejemplares siempre se pueden dedicar a leer autobiografías. Sobre todo, las de los políticos. Pero luego no la tomen con los negros literarios, que son unos mandados.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Crematorio de Rafael Chirbes

Supongo que uno se rodea de libros y debajo de esos libros pone unas estanterías y debajo de esas estanterías pinta el suelo o lo cubre de madera y más tarde pone un cartel en la puerta diciendo que tiene una librería porque le gusta, básicamente, estar rodeado de libros, y tener un sitio donde mostrarlos ordenadamente y un suelo sobre el que poner una butaca cómoda y sentarse a leer, interrumpiéndose tan solo para atender a los clientes que entran y tienen ganas de hablar, que no son todos. A uno le gusta estar rodeado de libros no como esa gente que compra los libros por el color del lomo para que luzcan bonitos en la estantería sino para leerlos, claro, para tener cientos de libros sin leer en las estanterías y pensar con glotonería cuál voy a leer ahora, cuál, y después de elegir (muchas veces debido al azar, a la reseña de alguien respetado o al comentario siempre elogioso de los comerciales, siempre, siempre elogioso) sentarse cómodamente en una butaca (en su butaca) y abrir el libro y leer. Uno ve como las novedades se amontonan en la mesita que está al lado de su butaca y se amontonan porque aparecen en el mercado constantemente y las que acaban de llegar piden paso a las que habían llegado antes, todas con portadas llamativas, portadas ilustradas que pretenden capturar la atención del posible lector que pasea distraído por una librería (como si pasear tranquilo por una librería no fuera una de esas actividades amenazadas por el progreso, como fabricar botas de vino, por ejemplo) y uno (h)ojea un libro y más tarde comienza a leerlo y cuando el libro es bueno, bueno de verdad, levanta la vista dos horas más tarde sin ser consciente de que medio barrio ha pasado por el escaparate y lo ha visto a uno sumido en la lectura.
Recuerda uno entonces por qué se ha decidido a montar un negocio (etimológicamente la negación del ocio) suicida y modesto que nunca conseguirá darle de comer, recuerda que uno ha contraído unilateralmente una responsabilidad, que uno ha decidido que no bastaba con leer, que algo de lo aprendido había que devolverlo, que uno se ha ido labrando un criterio y que eso es lo que ha comenzado a ofrecer cuando ha puesto un cartel en la puerta que dice librería. Que uno ha montado una librería para vender libros que se conviertan en algo importante para la gente y que, por tanto, tiene que hablar de los libros que le parecen a uno importantes.
Y por eso uno escribe que Crematorio de Rafael Chirbes es probablemente la mejor novela que ha leído en años. Por la estructura, una corriente de conciencia focalizada en un personaje distinto cada capítulo; por la historia, que muestra sin tapujos lo que hemos hecho en nuestras costas y, sobre todo, en nuestra moral, en los últimos treinta años; por la prosa, afilada y certera, con hallazgos cada dos párrafos. Pero, sobre todo, porque estar dentro de la cabeza de Rubén Bertomeu, constructor y millonario, le atrae a uno tanto como le repele, le enfrenta con verdades que no había advertido antes, con el cinismo (amoralidad revestida de gran cultura), con la ambición desmesurada (de poder, de dinero, de amor, de vida, de inmortalidad). Personas así, feroces, que afortunadamente aún se mueren como las demás, hay muchas. Dientes blancos y afilados. Todo dientes. Y para que quede claro, uno también escribe que Rafael Chirbes es un maestro. Un maestro, y a uno le da igual que sus novelas no se vendan (leer la primera edición, años después, no suele ser buena señal) porque, precisamente, uno ha empezado lo que ha empezado para poder leer libros como este y, por mucho que las editoriales se empeñen en convencerle de que lo último que han publicado es lo mejor (afirmación que, como todas las verdades del marketing, es falsa), uno está mayor para andar con la lengua fuera detrás de todo lo que se publica en este país y cuando encuentra algo como esto, una novela como esta, tan poderosa, tan acertada, tan buena literatura, se sumerge en ella sin pensar en nada más.

Y los vecinos, que miren el escaparate.

martes, 13 de septiembre de 2011

El futuro del capitalismo en Houellebecq y Shteyngart

Las dos últimas novelas que he leído: «El mapa y el territorio» de Houellebecq y «Una súper triste historia de amor verdadero» de Gary Shteyngart hablan del capitalismo en sus páginas (ya saben, un sistema económico que en realidad es un rizoma o un estado de ánimo, dependiendo del punto de vista), con las diferencias esperables entre un autor francés y uno norteamericano.
La primera (para mi gusto la mejor de Houellebecq) lo hace básicamente en el epílogo, sin que forme parte de la trama principal de la novela, con el desapasionamiento, la agudeza y la capacidad de observación que ya ha demostrado el francés en algunas entrevistas. Recuerdo, por ejemplo, que predijo en una de esas entrevistas que el futuro de España a medio plazo estribaba en convertirse en la Florida europea, un lugar de retiro para los jubilados del norte, gracias a los días de sol y a la capacidad del personal sanitario. En aquel momento hubo mucha gente indignada por el comentario —ya saben, ya está aquí otra vez el provocador francés metiéndonos el dedo en el ojo— porque nuestro modelo siempre ha sido Estados Unidos (para unos) y Suecia (para otros) pero, desde la perspectiva que dan los años transcurridos desde entonces, hay que reconocer que si realmente pudiéramos conseguirlo tal vez no nos fuera tan mal.
En fin, hay cosas peores que atender a los viejos para que se vayan tranquilos de este mundo. Además, no solo el sol y los médicos ayudarían en ese cometido sino la tradicional mirada sobre la muerte que hemos tenido en este país (a fin de cuentas somos un territorio mediterráneo muy antiguo y los antiguos flujos de vida circulares siguen en nuestro inconsciente colectivo desde el principio) antes de que el capitalismo de raíz anglosajona, precisamente, arrojara la muerte al extrarradio de las grandes ciudades, la escondiera y evitara hablar de ella. Ya digo que no me parece un mal modelo. Si realmente este país hubiera querido parecerse a Estados Unidos o a Suecia, se habría invertido en I+D, se habría dotado la Universidad y no se habría provocado la situación en la que se encuentra nuestra generación mejor preparada, con las maletas hechas y listos para largarse a otro país (sí, efectivamente, a Estados Unidos o a Suecia). El caso es que me parece un análisis acertado a medio plazo.
Lo mismo hace el autor con la Francia del futuro. En su novela el país vecino se ha convertido en un lugar de residencia de millonarios de todo el mundo y los franceses han vuelto a los oficios tradicionales asociados a la vida agraria (han vuelto los herreros, los alfareros, etc.) en una especie de retorno al campo posmoderno, neorrural, precisamente para sacar partido a la imagen que han conseguido transmitir a todo el mundo: el lugar de las trufas y los champiñones, de la buena cocina y los buenos vinos, es decir, de los bon vivants. Sí, tal vez sea más complaciente con Francia que con España, pero hay que reconocer que la imagen del lujo y del glamour está asociada con ese país en todo el mundo. También (supongo que no puede evitarlo) habla de un florecimiento de los burdeles en toda Francia debido a la, para él inexplicable, fama de mujeres ardientes que han conservado las francesas aunque sean inmigrantes del este de Europa. Para los que hayan leído a Houellebecq supongo que esto último no constituye ninguna sorpresa.

En la segunda novela, sin embargo, Shteyngart sitúa toda la acción en un futuro cercano pero indeterminado en el que la gente ha perdido la capacidad de comprender textos complejos debido al influjo de la cultura audiovisual (los jóvenes piensan que los libros huelen mal, como a calcetín mojado, dicen), en el que todos llevan un dispositivo al cuello permanentemente conectado a las tiendas virtuales, a los canales de crédito y a los flujos de información emitidos por particulares, llamado äparät (äparätti, en plural) y sin el que se sienten perdidos. La sociedad está dividida entre IBI y IAI, individuos de bajos ingresos e individuos de altos ingresos, respectivamente, Estados Unidos está desmoronándose porque no puede pagar la deuda (¿les suena?), el Congreso ha perdido cualquier capacidad de influencia y el país se encuentra en guerra con Venezuela. Las corporaciones son las verdaderas dueñas del país…, etc. Supongo que se hacen una idea. Europa, sin embargo, aparece como un continente absolutamente decadente (también empobrecido) en el que se sigue viviendo más o menos del mismo modo, con el caos del tráfico, de las revueltas sociales, de los problemas económicos, pero que, de alguna manera, ha sido capaz de conservar algo de su esencia. A fin de cuentas Roma ha visto pasar por la ciudad a tantos imperios que aguantará impertérrita que uno más, en este caso el americano, se hunda en la absoluta decadencia.
Con el humor característico de los intelectuales judíos que se toman a sí mismos como materia prima (¿recuerdan aquel episodio de Senfield en el que un humorista se hacía pasar por judío para poder hacer chistes sobre judíos?), satírico, ácido, con esa veneración que, como estadounidense descendiente de rusos askenazíes, siente por las palabras («La idea de esos dos —vivos e inmortales— creando algo juntos, una Imagen, una “obra de arte”, como se solía decir, me hizo sentir pena por mí mismo. Ojalá tuviera yo cierta tendencia a pintar o a dibujar. ¿Por qué había de padecer esa vieja dolencia judía por las palabras?»), el protagonista nos cae bien porque resiste como puede los embates de la absoluta superficialidad, la simpleza, la amoralidad y la estupidez de un sistema que ha acabado por devorarse.
Desde Estados Unidos, el negro futuro imaginado por los escritores, siempre tiene algo que ver con la pérdida de la cultura escrita, con el absoluto predominio de lo audiovisual, con la falta de interés en la motivación profunda de las cosas y el pensamiento complejo, con los rostros de los compatriotas absortos ante los chorros de información procedentes de las pantallas (recuerden, si no, Fahrenheit 451). Allí los escritores deben de sentir en verdadero peligro la cultura tradicional. Creo que esto se repite en las distopías americanas porque los intelectuales (en el caso de los judíos con más razón) sienten que se trata de un país que carece de historia y que, por tanto, no tiene asideros a los que recurrir cuando todo se desmanda por la irracionalidad del mundo.

Eso sí, el futuro del capitalismo no es igual de importante en ambas novelas. Su aparición es tangencial en el caso del francés y como ambientación en el caso del americano. El verdadero tema es otro: el arte y la muerte en la primera novela y el amor en la segunda. Simplemente me ha llamado la atención esa coincidencia en estos tiempos de apocalipsis.

Las dos novelas son recomendables. Eso sí, el título de la segunda es francamente feo.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Vicente Gallego y su poética

«¿Cuántas veces nos hemos sentado a escribir, y cuántas ha resultado vana esa ansiedad, por más que fuera la nuestra una tentativa diligente y enamorada? Y cuántas otras, sin pretenderlo, resistiéndonos casi, en el momento más inoportuno, nos hemos visto obligados a poner oído y manos a la obra. Entonces todo resulta sencillo y diáfano, entonces todo cuadra gozosamente más allá de nuestro control. No es que no podamos o no debamos sentarnos a propiciar el poema, porque no hay reglas en cuanto al modus operandi, pero el resultado de la búsqueda dependerá siempre de la voluntad soberana de la poesía, no de la calidad de nuestro esfuerzo. El poema puede aterrizar por fragmentos, o de un solo impulso, o puede revelarnos su final antes que el comienzo. El poema, muy a menudo, se complace en jugar al escondite con nosotros, se nos muestra y se esfuma, para volver a sorprendernos con su presencia acuciante en cualquier revuelta del camino.
El poeta, si ha entendido algo de su condición, no puede comprometerse, no acepta encargos y, desde esa perspectiva, resulta un tanto presuntuoso afirmar que es el único responsable de su obra. Un buen artesano será capaz de modelar, uno tras otro, veinte o treinta estupendos platos de cerámica, los que hagan falta; un artista, en cambio, dependerá siempre de la asistencia de ese otro poder —llámesele como se prefiera— para llevar a buen término su cometido. Del mismo modo que ningún hombre puede asegurar que estará vivo al minuto siguiente, un poeta ignora si el poema que acaba de escribir será el último que escriba, por eso, cuando le preguntan acerca de sus intenciones y proyectos, se siente como un potro al que interrogaran sobre la dirección que tomará cuando comience a galopar. Un potro corre y brinca sin importarle a dónde va, disfrutando del trote y de la carrera porque sí, ya que esas actividades forman parte de su misma naturaleza. Vida y poesía nos atañen como un don, se resisten a nuestro deseo de gobernarlas.
A partir del romanticismo, se ha querido ver en el artista a un ser superior, a una persona, digamos, de altura; sin embargo, el autor no es nada en absoluto separado de su obra. ¿Quién fue Shakespeare en realidad, quiénes Velázquez o Mozart? Importa poco; como individuos todos somos la misma siembra de humo, igual cosecha de ceniza.
Pero ahí están Hamlet, Las Meninas, La flauta mágica. Esas criaturas viven su vida inmortal sin saber nada en absoluto de sus autores. Para mí, el apellido Quevedo es poco más que un modo —muy querido— de nombrar algunos de los sonetos más prodigiosos que he leído en castellano; por eso, si pasado mañana se descubriera que esos versos se deben a cualquier otro, nada sustancial se perdería. Un apellido es poca cosa.»


Vicente Gallego. Sobre el arte de hurtarse.

lunes, 29 de agosto de 2011

De vuelta

A partir de hoy, La independiente vuelve a abrir. En septiembre tendremos algunas de las novedades destacadas y podréis comenzar a reservar el nuevo ejemplar de Orsai.

Después de las vacaciones, volvemos a la rutina.

lunes, 1 de agosto de 2011

Celacanto

El hombre maduro, probablemente marroquí, que trabaja a veces con la cuadrilla de reformas de los locales de enfrente y que otras veces recoge objetos de los contenedores, para arreglarlos y venderlos o para decorar su casa, que imagino pobre y algo mugrienta, me ha saludado al pasar y, como otros días, me he fijado en sus rizos blancos y negros (salt & pepper, llaman a ese cabello los americanos) y en su cara cuarteada. El vecino que recorta las mangas de sus camisas por los hombros y que estoy seguro de que fue un hombre atractivo en tiempos (con ese atractivo barriobajero y vulgar de cierto tipo de hombres, como el Pijoaparte o como el Brando de Un tranvía llamado deseo, atractivo de camiseta imperio y sudor y grasa bajo las uñas) ha pasado por la puerta de nuevo sin mirar siquiera, ahora un hombre bastante ridículo, de carnes fofas, un tatuaje en el hombro desvaído por el paso del tiempo y el pelo teñido. La señora que vende flores y que siempre me regala alguna y que dice cariño todo el rato a todo el mundo y que sé rumana pero que ha debido vivir con sudamericanos porque su español es muy bueno y esos giros amorosos del habla son algo muy sudamericano, me dicho que me hace una oferta especial con los lirios. El alcohólico habitual bebe con deleite su cerveza de medio litro envuelta en una bolsa de plástico (debe de ser su primera cerveza del día, no beber hasta las siete de la tarde debe de ser la única manera de tener algo parecido a una vida) y mira la tienda pero, como siempre, no se acerca a ver lo que tengo en el escaparate.
Jorge, el niño obsesionado con un pez prehistórico, que protagoniza «Celacanto» de Jimina Sabadú también me hace una seña con los ojos, que me miran interrogantes, como preguntando si me he enterado de su historia o no lo hecho, si he comprendido por qué el final es el que es y por qué el libro debe acabar así. Yo asiento con los ojos y parece que el chico se queda más tranquilo. Mejor así. Ha habido momentos de la novela en los que, si me hubiera hecho la misma pregunta, hubiera dicho que no, que no tenía ni idea del lugar al que me estaba llevando. Jorge es moreno (aunque eso no aparezca en la novela), imaginativo y cuando dice que vio al pez gigantesco en la piscina, la vez que estuvo a punto de morir ahogado, dice la verdad, signifique lo que signifique eso en una novela. Por eso tiene un miedo cerval al agua, por eso no ha aprendido a nadar, a pesar de su padre, que lo mira con pena y desprecio a partes iguales por no ser capaz de hacerlo siendo tan mayor. La infancia es un territorio aterrador (disculpen la aliteración) pero ya no nos acordamos. Los niños son mucho más duros de lo que se cree, más despiadados porque para ellos, como para los dioses griegos, los actos no tienen consecuencias, el tiempo no existe y la muerte resulta incomprensible.
Me gustan las historias de niños cuando son ellos los que hablan y consiguen recordar todas las aristas que tiene la infancia, duras y cortantes, sin la suavidad que el recuerdo les da. Me gustan los niños. Me gustan los cuentos de niños en los que un monstruo de grandes filas de dientes viene a comérselos, cuentos retorcidos y perversos, cuentos de niños que no son para niños.
Los niños saben que, en el fondo, se merecen que se los coman. Como lo sabemos todos.

La calle o un libro. No creo que, a la hora de mirar con atención, haya mucha diferencia.

sábado, 16 de julio de 2011

Le Carré

«Perry levantó por fin la cabeza.
—¿Cómo?
—Como, ¿qué?
—Salvar a Inglaterra, ¿cómo? ¿De qué? Sí, ya, de sí misma. ¿Qué parte de sí misma?
Ahora le tocaba a Héctor reflexionar.
—Sencillamente tendrá que aceptar nuestra palabra.
—¿La palabra de su Agencia?
—De momento, sí.
¿En virtud de qué? ¿No se supone que son ustedes esos caballeros que mienten por el bien del país?
—Esos son los diplomáticos. Nosotros no somos caballeros.
—Así que mienten para salvar el pellejo.
—Se equivoca otra vez. Esos son los políticos. Un mundo totalmente distinto.»

jueves, 14 de julio de 2011

Taller de Escritura Creativa. Rafael Caunedo

El objetivo de este taller de Escritura creativa es, básicamente, estimular la creatividad y conseguir que la imaginación encuentre el camino de salida de ese complicado laberinto que todos llevamos metido en la cabeza. Vamos a hablar de ficción, de cómo inventar, fabular, viajar sin movernos de la silla y hacer que otros viajen con nosotros. ¿Cómo lo haremos? , pues haciendo de este taller un lugar de escape. Será eminentemente un paseo activo en el que daremos prioridad a la práctica. Desde el primer momento estaremos unidos al papel. Tendremos una clase semanal de hora y media de duración en el aula de la librería La Independiente. Durante ese tiempo, hablaremos sobre el programa y os iré guiando por este maravilloso mundo de la creación. No serán clases teóricas en sentido estricto, sino exposiciones sobre la iniciación en la escritura creativa, la corrección de vicios y el análisis de vuestros trabajos. Por ese lado, el taller es presencial, pero también lo es on line, por cuanto desde el primer momento estaremos en contacto vía Internet para resolver dudas y todo tipo de cuestiones durante toda la semana. Habrá ejercicios constantes y tendréis corrección personalizada. Es decir, el taller tiene todo lo bueno de las clases presenciales y lo mejor de los cursos on line. Juegos creativos, puzzles mentales, recreaciones… ejercicios variados para conseguir de manera práctica y eficiente que la imaginación consiga volar más alto. Formaremos un grupo entre siete y doce personas unidos por el amor a la literatura y dispuestos a fantasear. Terapia de creación y evasión pura y dura. ¿Te atreves?

PROGRAMA DEL TALLER DE ESCRITURA CREATIVA.
Profesor: Rafael Caunedo

ESCRITURA CREATIVA
• ¿Qué es?
• La lectura como base
• Ser escritor. Los ojos del escritor.
• Las palabras
• Superar la vergüenza
• El estilo
• Ficción y no ficción. Géneros
• El tono
• La Naturalidad

LA TRAMA
• ¿De dónde salen las ideas?
• La observación.
• La visibilidad. Captación visual.
• Como una película
• Ritmo y tensión
• La intensidad
• Los principios
• El narrador
• Los personajes
• La empatía
• La ambientación
• Descripciones
• Sensaciones y emociones
ESTRUCTURA
• Construcción de la narración
• Unidad narrativa: la escena
• Estructura: núcleos, catálisis, indicios e informantes
• Los diálogos
• La dosificación de la información
• El perfeccionismo
• La reescritura
• Las correcciones
• El título
• La publicación


Duración: 3 meses
Precio: 120 euros/mes
Se trata de una combinación de taller presencial de hora y media a la semana y on line en contacto permanente con el tutor.

Rafael Caunedo, Madrid 1966, cambió su futuro como abogado por compartir espacios creativos, entre ellos la decoración, la pintura y la literatura. Es autor de dos novelas, PLAN B, publicada por Atlantis en 2009, con la que obtuvo el premio Isla de las letras en la categoría de género urbano, y HELMUT, en 2011, también con la misma editorial. Actualmente comparte su tiempo entre distintos talleres de escritura creativa, una tercera novela, relatos y amaneceres.

www.mundovoluble.blogspot.com
rafacaunedo@yahoo.es

lunes, 6 de junio de 2011

Pron

Durante la Feria, estoy teniendo la impresión de que la costra que cubre la realidad se hace más espesa, la maraña de informaciones, de intereses cruzados, de opiniones, de reseñas, de críticas, de anuncios, de eslóganes, de tuits, de frases ingeniosas en Facebook, de eventos, de presentaciones, de personas afanándose arriba y abajo intentando colocar su producto, sea este el que sea, de frenética de actividad retransmitida una y otra vez, retuiteada una y otra vez, una ingente lluvia de palabras que chorrea incansable sobre las cosas y que tal vez muestra cosas que no desearíamos saber, odios que preferiríamos ignorar.

Y pienso que resulta más urgente que nunca encontrar un hueco al que no puedan llegar, una burbuja que nos preserve, que nos mantenga cuerdos pero, sobre todo, tranquilos. Y me siento en mi butaca, miro las gotas caer desganadamente tras el escaparete, me fijo en los adoquines brillantes, y leo. Cosas como El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia de Patricio Pron.

Cuando la acabo confirmo a) que Juan Malherido acierta al decir que solo alguien que no se quedara acongojado al terminarla estaría en posición de juzgar su calidad, b) que también atina en que cuando la novela que se juzga es verdad, (a pesar de que Pron diga en el epílogo, citando a Muñoz Molina, “una gota de ficción tiñe todo de ficción”) estamos hablando de otra cosa y c) que dentro de un buen libro nunca llueve, ni siquiera palabras inútiles.

Eso sí, no tengo ni la más remota idea de cuál será el futuro del libro.

miércoles, 1 de junio de 2011

Tremé

Sé que escribir sobre series se ha convertido en un lugar común y también que la cultura audiovisual se abre paso inexorablemente, tal vez dejando por el camino el tiempo necesario para la reflexión, para la lectura pausada; que escribir emocionado, sin dejar reposar las cosas nos hace demasiado vehementes, demasiado extremados. Pero también sé que Tremé es el mayor homenaje a lo mejor que ha aportando los Estados Unidos a la cultura mundial. Y no solo por su fantástica banda sonora sino también por Nueva Orleans, por la lucha de la gente común por recuperar su ciudad, por la dignidad. Háganse un favor y vean Tremé. Verán una obra maestra y podrán admirar boquiabiertos lo que David Simon es capaz de hacer con ese inmenso talento que tiene.

Hay series mediocres y hay series buenas, hay series entretenidas y otras absorbentes, que esperamos semana tras semana. Tremé es otro deporte. Tremé es arte. No digan que no les avisé.

jueves, 26 de mayo de 2011

Citas

Solo he leído la cuarta parte de "Ese maldito yo" de Cioran, pero ya he conseguido todo esto:

«El mejor medio de desembarazarse de un enemigo es hablar bien de él por todas partes. Acabará enterándose y dejará de tener la fuerza necesaria para perjudicarnos: le habremos roto su resorte... Seguirá atacándonos, pero ya sin vigor ni consecuencias, pues inconscientemente habrá dejado de odiarnos. Ha sido vencido e ignora al mismo tiempo su derrota.»

«Cuando se debe tomar una decisión capital, nada hay más peligroso que consultar con los demás, dado que, salvo algunos extraviados, nadie desea sinceramente nuestro bien.»

«Todo aquel que ha soportado una adversidad mira por encima del hombro a quienes no la han padecido. La insoportable infatuación de los operados...»

«Pobre del escritor que no cultive su megalomanía, que la vea menguar sin reaccionar. Pronto se dará cuenta de que uno no se vuelve normal impunemente.»

«Según la Cábala, Dios permite que su esplendor disminuya para que los ángeles y los hombres puedan soportarlo. Lo cual equivale a decir que la Creación coincide con un debilitamiento de la claridad divina, con un esfuerzo hacia la sombra que el Creador ha consentido. La hipótesis del oscurecimiento voluntario de Dios tiene el mérito de abrirnos a nuestras propias tinieblas, responsables de nuestra irreceptividad a cierta luz.»

«No se habita un país, se habita una lengua. Una patria es eso y nada más.»

«Las religiones, al igual que las ideologías, que han heredado sus vicios, no son en el fondo más que cruzadas contra el humor.»

«Las hazañas sólo son posibles en las épocas en que la auto‑ironía no ha hecho aún estragos.»

jueves, 19 de mayo de 2011

Acampadas

Algunas palabras dan la impresión de no decir nada: democracia, unidad, pueblo, libertad, justicia, dignidad. Y la verdad es que poco dicen porque nos las han quitado, nos las han robado los genios del marketing que han convertido cualquier cosa en una revolución, aunque sea un descuento en las tarifas del teléfono móvil o un nuevo bronceador, porque la democracia que conoce más la gente es la del teléfono móvil a 1,5 euros el mensaje, porque el pueblo es el lugar donde siempre has pasado las vacaciones tú que eres de Madrid, porque la justicia es un suplicio de años que ojalá no te toque nunca (pleitos tengas y los ganes), porque la dignidad se ha olvidado cuando tanta gente está dispuesta a vender su intimidad a cambio de cuatro perras y a su madre porque la sacaran en la televisión. Así que parece que lo primero que tenemos que hacer es recuperar el valor de las palabras. Ya ves, a mí que me decían que estudiar letras no servía para nada, a mí que me decían que por qué no estudiaba un máster de administración de empresas.
No quiero caer, a mis años, en la alabanza fácil de lo que está sucediendo en las plazas. El cínico que me habita y que se ha ido construyendo tras muchos años trabajando en una gran empresa y dedicándome a la vez a muchas otras cosas, me lo impide. Y hay muchas cosas criticables: la reunión de intereses dispares, la dificultad de articular un discurso, y también los malabares, las flautas y los perros, a qué negarlo. Pero yo no quiero ser cínico, yo quiero pensar que la avaricia alguna vez dejará de ser el motor que mueve nuestro mundo aunque esto suene pueril. Los genios del marketing también han conseguido que suene pueril cualquier discurso que hable de cambio. En Occidente el único cambio que se mira con buenos ojos es el cambio de teléfono móvil.
He vivido como adulto los últimos 20 años en España y lo he visto, he trabajado y estudiado con ellos, los que son diez años más jóvenes que yo, y los entiendo. Los últimos para los que se cumplió aquello de que estudiando tendríamos un futuro mejor que el de nuestros padres tenemos cuarenta años. Fuimos la primera generación española verdaderamente europea, los primeros Erasmus, aprendimos idiomas, viajamos, trabajamos desde jóvenes, estudiamos. Para algunos de nosotros sí que funcionó aquello que nos decían, funcionó y tenemos buenos trabajos aunque hayamos ido viendo cómo nos aprietan cada vez más, como nos hacen pensar en un futuro de viejos desamparados, como nos meten miedo. Pero tenemos buenos trabajos. Somos la generación del poder, los que militamos en partidos políticos, los que nos sentimos más o menos protegidos por los sindicatos, los que conseguimos llegar.
Decimos que la crisis provocada por la inflación mundial de la codicia la hemos acabando pagando nosotros, los que no nos enriquecimos, los que tenemos una nómina y pagamos la cuarta parte en impuestos, no los que gestionan su patrimonio a través de sociedades, esos no. Nosotros. Es cierto. Pero para una persona con un puesto de trabajo estable lo único que ha hecho la crisis es reducir su cuota de la hipoteca. Así que no nos quejemos tanto. Para una persona con un puesto de trabajo estable lo único que ha pasado es que ya no nos sale tan barato viajar a los Estados Unidos. Tenemos miedo, sí, y gastamos menos, pero hay mucha gente como yo. Repito: no nos quejemos tanto.
Los que vienen detrás, sin embargo, hablan más idiomas que nosotros, han viajado más y se han preparado más, y tienen un muro delante, un muro o una mochila y un adiós a este país miserable que gasta miles de euros en formar a gente que tiene que emigrar para conseguir un sueldo digno. Dignidad. Otra de esas palabras.
Los conozco bien, ya digo, he trabajado con ellos, he estudiado con ellos y ha sido una suerte haberlos conocido y tenerlos como amigos. No porque sean más jóvenes sino porque han conseguido que la esclerosis de las ideas que acompaña a la edad (esa mirada de conmiseración que se nos pone a las personas maduras cuando los jóvenes proponen cosas idealistas) se me haga más ligera.
Y creo que llevan mucha razón en los motivos de su protesta, creo que están consiguiendo algo que ningún partido había conseguido en los últimos años, que es hablar de política sin que esa palabra suene pringosa y sucia. Otra palabra recuperada más.

Yo no sé ustedes pero yo preferiría que se quedaran aquí. Que no se fueran a Alemania o a los Estados Unidos. Aunque los vuelos sean baratos.

lunes, 16 de mayo de 2011

Refugio

Hay días en los que el refugio de la literatura, por utilizar un tópico manido, es verdaderamente un refugio y preferirías mil veces estar dentro de una novela que dentro del periódico, esa fotografía movida de un estado de cosas que no entiendo porque es imposible sobreponerse a los políticos sonriendo a la cámara; a los jóvenes acampados; a las mujeres degolladas por sus ex parejas; a gerifaltes en suites carísimas que nos provocan repugnancia; al estado general de sociedad occidental, encaminada sin remedio a parecerse cada vez más a una urbanización para ricos rodeada de una muralla con alambre de espino, garitas de guardias de seguridad con armas automáticas y vehículos blindados que repelen las oleadas de desesperados y hambrientos que van a romper una y otra vez con sus cráneos contra ella; a las elecciones, por Dios, a las elecciones, como si realmente pudiéramos elegir algo: el presidente de una empresa o el presidente de la siguiente con exactamente los mismos principios morales y la misma avidez y la misma codicia y la misma querencia por adular a gente que se merecería que clavaran sus cabezas en una estaca, y esto es solo es una metáfora, que quede claro. Días en los que cualquier historia, cualquier personaje, cualquier escenario nos parecería mejor que esta basura que tenemos que soportar, esta cascada interminable de idioteces, de tuits, de mensajes en facebook, de mensajes por teléfono móvil, este concurso a la popularidad sin objeto, este desfile de ingenios obtusos, esta necesidad de sentirse alguien, de levantar la cabeza unos milímetros sobre el mar interminable de cabezas que se divisa por todas partes, de hacerse algo de hueco a codazos entre todos los que, como tú, como yo, piensan que tienen algo que contar, piensan que tienen algo que decir, este interminable desfile de bits, esta vacuidad.
Así que aquí tienen un par de puertos seguros en los que uno puede refugiarse de la tormenta exterior. En el primero el mar es turquesa y la arena blanca de la playa no se sabe si está producida por los restos calcáreos de conchas preshitóricas o por el polvillo que, poco a poco, van soltando los cadáveres decapitados de la frontera del Norte. En el segundo, el huracán golpea la costa y las olas se han comido la playa mientras el viento amenaza con fragmentar en mil tablones la pequeña casa de madera en la que nos refugiamos.

El primer puerto es Señales que precederán al fin del mundo, de Yuri Herrera, en Periférica; el segundo Padres, hijos y primates, de Jon Bilbao, en Salto de Página.

Si se aplican podrán visitar los dos en una única tarde. O llevárselos de acampada.

sábado, 30 de abril de 2011

Vann y Bolaño

Hemos vuelto a leer (el plural mayestático me persigue aunque se trate de una carcasa vacía) y hemos vuelto a disfrutar. A recordar por qué. Sukkwan Island de David Vann se nos ha incrustado en las tripas y nos está costando que se vaya. Los sinsabores del verdadero policía, el último y póstumo Bolaño (los papeles de Bolaño seguirán dando libros y libros a la imprenta porque, a pesar de tratarse de obras incompletas, son mejores que la inmensa mayoría de los otros libros) nos está emocionando, nos está redescubriendo la capacidad de observación, de síntesis, de agudeza, del chileno. Nos hubiera gustado conocer a Amalfitano, ese profesor con aspecto de Cristopher Walken con el pelo blanco (no podemos evitar pensar en el vídeo de Fat Boy Slim en el que el actor baila como si fuera un aprendiz de Fred Astaire), homosexual tardío, traído y llevado por la vida.

«En cierta ocasión, después de discutir con Castillo sobre la identidad pregrina del arte, Amalfitano le refirió una historia que a él le habían contado en Barcelona. La historia versaba sobre un sorche de la División Azul española que combatió en la Segunda Guerra Mundial, en el frente ruso, más concretamente en el norte, en una zona cercana a Nóvgorod. El sorche era un sevillano bajito, delgado y de ojos azules que por esas cosas de la vida (...) fue a parar a Rusia. Allí alguien le dijo sorche ven para acá o sorche haz esto o lo otro y al sevillano se le quedó en la cabeza la palabra sorche, (...). No tardó en ser herido. Durante semanas permaneció internado en el Hospital de Riga al cuidado de robustas y sonrientes enfermeras del Reich y de algunas feísimas enfermeras españolas voluntarias. (...) Cuando le dieron de alta sucedió algo que para el sevillano tendría graves consecuencias; en vez de recibir un billete con el destino correcto, le dieron uno que lo llevó a los cuarteles de un batallón de las SS destacado a unos trescientos kilómetros de su regimiento. Allí, rodeado de alemanes, austriacos, letones, lituanos, daneses, noruegos y suecos, todos mucho más altos y fuertes que él, intentó explicar el equívoco pero los SS le dieron largas y mientras se aclaraba el asunto lo pusieron con uan escoba a barrer el cuartel y con un cubo de agua y un estropajo a fregar la oblonga y enorme instalación de madera en donde interrogaban y torturaban a toda clase de prisioneros. Sin resignarse del todo, pero cumpliendo con su nueva tarea a conciencia, el sevillano vio pasar el tiempo desde su nuevo cuartel, comiendo mucho mejor que antes y sin exponerse a nuevos peligros. (...) Y un buen día ocurrió lo que tenía que ocurrir. El cuartel del batallón de las SS fue asaltado y tomado por un regimiento de caballería ruso, según unos, por un grupo de partisanos, según otros. El resultado fue que los rusos encontraron al sevillano escondido en el edificio oblongo, vestido con el uniforme de auxiliar de las SS y rodeado de las no tan pretéritas infamias cometidas allí. Como quien dice, con las manos en la masa. No tardaron en atarlo a una de las sillas que los SS usaban para los interrogatorios, una de esas sillas con correas en las patas y en los reposos y a todo lo que los rusos preguntaban el español respondía en castellano que él no entendía y solo era un mandado. También intentó decirlo en alemán, pero en este idioma apenas conocía cuatro palabras y los rusos ninguna. Estos, tras una sesión de bofetadas y patadas, fueron a buscar a uno que sabía alemán y que se dedicaba a interrogar prisioneros en otra de las celdas del edificio oblongo. Antes de que regresaran el sevillano escuchó disparos, supo que estaban matando a algunos de los SS y perdió gran parte de sus esperanzas; no obstante, cuando los disparos cesaron volvió a aferrarse a la vida con todo su ser. El que sabía alemán le preguntó qué hacía allí, cuál era su función y su grado. El sevillano, en alemán, intentó explicarlo, pero en vano. Los rusos, entonces, le abrieron la boca y con unas tenazas que los alemanes destinaban a otros fines empezaron a tirar y a apretar su lengua. El dolor que sintió lo hizo lagrimear y dijo, o más bien gritó, la palabra coño. Con las tenazas dentro de la boca el exabrupto español se transformó y salió al espacio convertido en la palabra kunst. El ruso que sabía alemán lo miró extrañado. El sevillano gritaba kunst, kunst, y lloraba de dolor. La palabra kunst, en alemán, quiere decir arte y el soldado bilingüe así lo entendió y dijo que aquel hijo de puta era un artista o algo parecido. Los que torturaban al sevillano retiraron la tenaza con un trocito de lengua y esperaron, momentáneamente hipnotizados por el descubrimiento. La palabra arte. Lo que amansa a las fieras. Y así, como fieras amaestradas, los rusos se dieron un respiro y esperaron alguna señal mientras el sorche sangraba por boca y tragaba su sangre mezclada con grandes dosis de saliva y se ahogaba y vomitaba. La palabra coño, sin embargo, metamorfoseada en la palabra arte, le había salvado la vida. Los rusos se lo llevaron junto con el resto escaso de prisioneros y poco después otro ruso que sabía español escuchó la historia del español y este fue a parar a un campo de prisioneros en Siberia mientras sus compañeros accidentales eran pasados por las armas. En Siberia estuvo hasta bien entrada la década del cincuenta. En 1957 se instaló en Barcelona. A veces abría la boca y contaba sus batallitas con muy buen humor. Otras, abría la boca y mostraba el trozo de lengua que le faltaba. Apenas era perceptible. El sevillano, cuando se lo decían, explicaba que la lengua con los años le había ido creciendo. Amalfitano no lo conoció personalmente, pero cuando le contaron la historia el sevillano todavía vivía en una portería de Barcelona».

martes, 26 de abril de 2011

Hilos invisibles

«Pero hay otra razón más poderosa para mi insatisfacción. Lo atractivo y flexible de los planteamientos antes expuestos invita a los autores a lanzarse a su exploración, a jugar con ellos. Y en esa exploración demasiadas veces suele sacrificarse el vínculo del posmodernismo con la tradición. Los autores parecen más cómodos en el extremo del puente que está cercano al futuro; hasta el punto de no ver, e incluso negar, el que parte del pasado. El resultado son construcciones experimentales, ejercicios de estilo que parecen flotar en el aire. Son el equivalente literario al niño que ha aprendido a andar en bicicleta sin manos y llama a su padre para que éste vea lo que sabe hacer. Es por esta razón por la que La subasta del lote 49, de Thomas Pynchon, por ejemplo, me parece una obra menos lograda (y mucho menos digerible) que Contraluz, del mismo autor.
Y sin embargo, y de aquí mis problemas con el posmodernismo, creo que obras tan duras de roer como Ágape se paga, de William Gaddis, o La subasta del lote 49 son muy necesarias. »

Mis problemas con el posmodernismo, Jon Bilbao, El País, 23/04/2011


«Aparcó el Impala en una gasolinera que había en una prolongación anodina de la Avenida de Telégrafos y buscó la dirección de John Nefastis en la guía telefónica. Llegó a una vivienda pseudomexicana, buscó el nombre entre los buzones de los vecinos norteamericanos, subió los peldaños exteriores y anduvo junto a una serie de ventanas con cortinas hasta que dio con la puerta. El inquilino llevaba el pelo cortado a cepillo y tenía la misma cara de adolescente que Koteks, aunque vestía una camisa con motivos polinesios, de la época del presidente Traman. Al presentarse invocó el nombre de Stanley Koteks.
—Según él, usted podría decirme si yo soy «sensible» o no.
Nefastis había estado viendo en la tele a una panda de críos bailando el watusi

La subasta del lote 49. Thomas Pynchon. 1966

En el cartel de los actos de la Noche de los libros en La independiente (a la derecha) puede verse que haremos una lectura pública de El día del Watusi, de Casavella, que comienza con la recreación del 15 de agosto de 1971 en Barcelona y en el que tanta importancia tiene ese baile.
De 2011 a 1966 y de ahí a 1971. De Madrid a San Francisco y de ahí a Barcelona.

En el universo literario el tiempo y el espacio no existen.

lunes, 25 de abril de 2011

Pynchon

Algunos escritores americanos (¿postmodernos?) parecen sentir necesidad de demostrar constantemente el ingente conjunto de datos que han ido acumulando (pensemos en las interminables notas al pie de Foster Wallace) y escribir sobre cómo se organizó el correo postal en Estados Unidos a mediados del siglo XIX o cómo funciona un estudio de grabación, por ejemplo. No creo que se trate tanto de que piensen que el lector pueda estar interesado en este tipo de cosas sino en la necesidad propia de escribir, esto es, de organizar en la propia cabeza todos esos datos. Como si la acumulación fuera una de las características del siglo XXI y la única manera de convertir esos datos en conocimiento fuera escribiéndolos, como si la lectura oblicua de toda esa información ofreciera alguna clase de luz sobre la inmensa complejidad de la que se ha revestido el mundo.
Supongo que no se trata de que el mundo se haya vuelto más complejo (el mundo siempre ha sido infinitamente complejo, tan solo hay que variar el aumento de la lente con el que lo contemplemos) sino que ahora, además, habitamos en una explosión permanente, en un flujo constante de palabras. Estas largas y brillantes parrafadas dedicadas al funcionamiento de cosas aparentemente banales (ya sean los negocios web previos a la burbuja del 2000 o el funcionamiento de la especulación del suelo en California) muestran, en el fondo, que el mundo se ha vuelto en gran medida incomprensible. Estos escritores como Pynchon o Wallace (a veces también Franzen) son deslumbrantes y osados, inventivos y satíricos, omnívoros y totalizadores pero a mí me provocan cierta tristeza. Como si estuvieran desvalidos antes el mundo. Como si fueran adultos que de pequeños pensaron que gracias al estudio conseguirían saber algo de la vida y que, tras muchas décadas dedicados a ello, entiendan ahora menos que antes.

Creo que esta entrada podía haberse titulado: «De como me lo paso estupendamente leyendo a Pynchon y de lo poco que lo entiendo».

martes, 19 de abril de 2011

Marías

Cuando uno lee de verdad (habría tal vez aquí que consultar con un neurolingüista, ya se sabe que lo malo de las ciencias humanísticas es que basta con tener buena pluma para afirmar cualquier cosa) y firma el pacto implícito que cualquier libro de ficción propone, y se ve inmerso en un mundo diferente al real, es difícil escapar, salir de él rápidamente. Esto me parece particularmente cierto con los escritores del ritmo (gran título para una agrupación literaria, tomen nota), como Javier Marías, en los que es mucho más importante el estilo y las circunvoluciones y el volver una y otra vez sobre las mismas ideas que la historia. La historia nunca importa en las novelas de Marías y no por eso dejan de gustarme. Más bien al contrario, me pasa con él lo mismo que me ocurría cuando pasaba un semestre estudiando sonetos: que al final el ritmo del soneto resonaba en mi cabeza como un compás flamenco y todo se ajustaba a ese ritmo, tal y como decía Octavio Paz que sucedía a los poetas románticos, empeñados en reflejar el sonido del mundo con el metro y la cadencia de la poesía tradicional. Es algo así, cuando dejo de leer lo que sea que Marías ha decidido contarme, con ese estilo suyo tan alambicado, tan repetitivo, tan obsesivo, tan afectado a veces, es la música de su prosa lo que resuena en mi cabeza, es la puntuación extraña, las frases insertadas unas dentro de otras, son los condicionales, son las propuestas de una historia dentro de otra historia, como si dijera: “voy a escribir una novela en la que habrá constantes saltos espaciales y temporales y en la que los personajes hablen de forma tan poco creíble como se me ocurra y aún así voy a conseguir que el lector quede atrapado sin remedio en la malla, en la red que, poco a poco, una palabra tras otra, voy tejiendo, y quede así trabado en la urdimbre de las palabras que se amontonan, que dibujan imágenes, que construyen poco a poco ese pensamiento literario que dota a las cosas de una falsa apariencia de verdad.”. Y sí, Marías puede ser cargante y para aquellos que odian las novelas sin trama en las que no pasa nada (una postura que no comparto pero que entiendo perfectamente) seguro que se hace insufrible, pero a mí me sucede lo contrario, que se me hace interesante por lo que tiene de reflexiva su literatura, por la digresión:
«Curiosamente no me sorprendía ni me causaba violencia que Luisa me hablara con tanta confianza, como si yo fuera una amiga. Tal vez no podía hablar de otra cosa, y en los meses transcurridos desde la muerte de Deverne había agotado con su estupefacción y sus cuitas a todos sus allegados, o le daba vergüenza insistir sobre el mismo tema con ellos y se aprovechaba para desahogarse de la novedad que yo suponía. Tal vez le daba lo mismo quién yo fuera, le bastaba con tenerme como interlocutor no gastado, con quien podía empezar desde el principio. Es otro de los inconvenientes de padecer una desgracia: al que la sufre los efectos le duran mucho más de lo que dura la paciencia de quienes se muestran dispuestos a escucharlo y acompañarlo, la incondicionalidad nunca es muy larga si se tiñe de monotonía. Y así, tarde o temprano, la persona triste se queda sola cuando aún no ha terminado su duelo o ya no se le consiente hablar más de lo que todavía es su único mundo, porque ese mundo de congoja resulta insoportable y ahuyenta. Se da cuenta de que para los demás cualquier desdicha tiene fecha de caducidad social, de que nadie está hecho para la contemplación de la pena, de que ese espectáculo es tolerable tan sólo durante una breve temporada, mientras en él hay aún conmoción y desgarro y cierta posibilidad de protagonismo para los que miran y asisten, que se sienten imprescindibles, salvadores, útiles. Pero al comprobar que nada cambia y que la persona afectada no avanza ni emerge, se sienten rebajados y superfluos, lo toman casi como una ofensa y se apartan.»

«Los enamoramientos» no es su mejor novela pero aún así es mucho mejor que la mayor parte de las novelas que se publican. Pero, bueno, los que me conocen saben que soy Mariísta. De siempre. Así que no esperen ahora que cambie de parecer.

jueves, 14 de abril de 2011

Noir espagnol

"Porque leer novela negra española es siempre leer a un señor (o señora) que está inventándose unas truculencias parecidillas a las que hemos visto por la tele, y en las películas. Mientras que leer novela negra USA es leer novela negra. Al señor no lo vemos. Al señor no dejamos de verlo en la novela negra española, porque todos sabemos que lo más cerca que han estado de una pistola ha sido en el lavadero de coches de la Repsol, y era de agua y jabones, esa pipa.

Entonces uno lee novela negra hispana y ve enseguida la película. En Las niñas perdidas es Asesinato en 8 milímetros, por ejemplo, y un poco de Sin City.

También hay un retumbar de Stieg Larsson (ay) en ese afán por la burrada gore y la venganza legítima.

¿Qué nos queda, por tanto? De una novela negra española sólo queda el jueguecito de voy a hacer como que no me doy cuenta de que eres un español inventándote una historia que nadie se cree y tú vas a hacer como que sí que te la creías cuando las redactabas."

Las palabras, por supuesto, de Juan Mal-herido. Ese hombre.

domingo, 3 de abril de 2011

Tiempo, tiempo

De la entrevista a Michael Krüger en El País:

P. Muchos cambios. ¿Y cómo afectarán a la lectura?

R. Afectan a nuestra propia existencia. Esto significa que en estos momentos en que vivimos nadie tiene tiempo. Es muy habitual escucharlo. ¡No tengo tiempo! Si empleas aunque sea un periodo muy breve de tiempo en leer basura se lo estás quitando a una lectura de un poema de Góngora. Cuanta más basura haya menos tiempo tendrás para ti. Y es una situación paradójica: escuchar a gente decir que no tienen tiempo. ¡Porque sí lo tienen! Y, claro, en ese vaivén la lectura se ve perjudicada. Porque no se puede leer más rápido. A Proust no se le puede leer en menos de tres meses. Y eso hace que la máquina se enfade. La máquina lo que quiere es que una persona pueda leer a Proust en dos días. La máquina pensará en crear formatos más cortos, en resúmenes, en tiras de cómic... Lo que ocurre me recuerda una cita de Woody Allen; después de leer a Dostoievski le preguntaron sobre el libro y dijo: "Lo único que puedo decir es que es ruso". La lectura es totalmente contraria a esta aceleración. A este ritmo. Cualquier cosa sí se puede adaptar a este ritmo, pero la lectura no.

viernes, 1 de abril de 2011

Los pequesábados salen a la calle

El sábado, como cada año, para conmemorar el aniversario del nacimiento de Hans Christian Andersen, se celebra el Día del Libro Infantil. En La independiente y en Cuento a la vista nos queremos sumar a las celebraciones y queremos invitaros a celebrarlo con nosotros.

Como sabéis, cada sábado en la librería La Independiente, María y Raquel convocan a los niños madrileños para divertirse en torno a talleres donde la lectura, los cuentos y la creatividad son los protagonistas. Este sábado, nuestro pequesábado va a ser más especial que nunca. Vamos a sacarlo a la calle para que todos los que quieran acompañarnos disfruten de los cuentos que estas cuentistas nos descubran. Además, tras los cuentos todos los que quieran participar, grandes y pequeños, podrán ayudarnos a llenar de color la mañana con una actividad creativa.

Lo haremos en la Plaza de Juan Pujol, entre la C/ Espíritu Santo y la C/ Teseo, en Malasaña, el sábado 2 de abril a las 12.30 h. de la mañana. Y lo haremos gratis.

lunes, 28 de marzo de 2011

Presentación de "Ausente Resplandor"


El sábado 26 de marzo la editorial Serendipia presentó en La independiente la obra de Carmelo Sánchez Muros, "Ausente Resplandor". Estuvimos a gusto, entre amigos. Os pongo una fotografía.



Y como el sábado adelantaron la hora cambiamos al horario de veranopara aprovechar las horas adicionales de luz. A partir del martes abriremos de martes a viernes de 18:00h a 22:00h y los sábados y domingos de 12:00h a 15:00h y de 18:00h a 22:00h.

martes, 15 de marzo de 2011

Un padre, un libro

En La independiente abrimos el 19 de marzo porque, a pesar de lo que creen muchos, no es fiesta. Aprovechaos de ello y comprad libros de regalo para vuestros padres. Sin colas, sin esperas, sin prisas, con asesoramiento personalizado y banda sonora agradable.

Ya sabéis, un hijo, un libro.

Y si sois miembros de una familia numerosa también tenemos trilogías. :-D

Os esperamos.

martes, 22 de febrero de 2011

Cuentacuentos en La indi

Este sábado María a rayas contará un cuento para todos aquellos niños que se pasen por La independiente. Si queréis escuchar las fascinantes historias de María no os lo podéis perder. Os esperamos en la librería a partir de las 12:00. Os adjuntamos el cartel con nuestras actividades de los sábados para los más pequeños.

También podéis ver la página web de María, dedicada a la literatura infantil, en:http://www.cuentoalavista.com/

Os esperamos.

viernes, 18 de febrero de 2011

Ultramarina Cartonera & Digital

Los amigos de Ultramarina Cartonera & Digital tuvieron una idea diferente para hacer frente al e-book. Ofrecerían gratis el texto de sus libros desde su página web pero también una versión digital con todas las ilustraciones de sus libros (preciosas, por cierto) que te llevan a casa en una caja que puede contener además un marcador, una chapa o una plaquette realizada a mano por un artista. Y en caso de que el cliente sea de esos locos que todavía creen en el tacto y el olor de los libros, una edición cartonera, esto es, realizada en cartón normal y corriente pero en la que cada ejemplar es único, con una portada pintada a mano. Algo diferente y que, encima, no resulta caro. Además la editorial es sevillana y su fundador es mexicano y en La independiente también creemos en que nuestra patria es el idioma. Decimos esto para dejar claro por qué nos gustan sus libros.

Anímense a venir y comprobarlo.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Emily Nudd Mitchell


En La independiente contaremos con los talleres de Emily Nudd Mitchell, autora de "Los viajes de Emily" de Demipage, incansable viajera, autora e ilustradora.

Organizará tres talleres (disponibles en francés, inglés y español):

- Taller de cuaderno de viaje
- Taller de ilustración
- Taller de dibujo inspirado de telas


Si estáis interesados, escribidnos un correo a info arroba laindependientelibros.com

Os esperamos.

sábado, 29 de enero de 2011

Dog Soldiers de Robert Stone


"-Llevo toda la vida esperando a joderla hasta el fondo como ahora.
-Bien –dijo Elmer-, pues ya ha llegado el gran momento. Enhorabuena.
-Es la pura verdad. Nuestro carácter es nuestro destino."

(pag. 176)

A Juan Malherido le encanta. A nosotros también.

lunes, 24 de enero de 2011

"Fabulosos monos marinos" de Óscar Gual

Dice Óscar Gual sobre su novela:
«Los Fabulosos Monos Marinos son unas mascotas que se vendían por catálogo y se pusieron de moda hace bastantes años. Venían en hojas llenas de productos locos como gafas de rayos x, tubos espías, pistolas de aire comprimido… algo así como la teletienda de los años ochenta. Los monos marinos consistían en tres sobres de colores que echabas al agua, como tres frenadoles, y al cabo del tiempo surgían allí unos diminutos seres, pequeños neptunos y sirenas, con sus tridentes y sus coronas, y jugaban contigo y vivían allí, en la pecera. Tú los observabas, viviendo su vida ahí dentro.

Un divertido juego que incluye pequeños crustáceos de la familia de la artemia que viven en animación suspendida en pequeños "cristales" y que nacen al contacto con el agua.

El primer sobre preparaba el agua, el segundo eran los huevos de los monos y el tercero era el alimento. Pero igual que el tubo para espiar requería que previamente se hubiese agujereado la pared por la cual quería uno espiar, o la pistola era de fogueo, en realidad los monos marinos no eran más que un microscópico sucedáneo de gamba reseco que se movía según la corriente del agua.

Un milagro de la ciencia. Una generación de monos marinos de ambos sexos.

La verdad es que no jugaban con la pista de carreras ni con el tobogán ni defendían el castillo. La fascinación que producían procedía del hecho de poseer un pequeño mundo encerrado en una pecera, un mundo autosuficiente en el que tú, aquel niño, eras dios, pues modificabas cosas o no a tu antojo. Un mundo en el que sucedían cosas incluso si tú no estabas. Juguetes que jugaban solos.»

En La independiente la hemos leído y nos ha gustado también, como la de su compañero David Refoyo. Y, por supuesto, estamos encantados en tener también a Óscar hablando de su obra el día 28 de enero, viernes, a las 19:00 h. Os esperamos.

sábado, 22 de enero de 2011

"25 centímetros" de David Refoyo

De esta novela ha dicho Manuel Vilas en la contraportada: «Esta novela de David Refoyo es puro sexo. Es sexo y política. Sexo y destrucción. Sexo y complejidad social. Sexo e Internet. Sexo y alienación. Sexo y terror. El escritor se cuela en los intestinos de la industria del porno. El porno aquí es un símbolo del deterioro de la civilización occidental. Casi todo el libro demuestra que nuestro tiempo ha convertido a la pornografía en el último animal tecnológico. Se folla mucho en esta novela. Actores porno, prostitutas, emigrantes, mujeres desesperadas, gigolós, convierten esta primera novela de David Refoyo en una orgía tipo “Walk On The Wild Side” de Lou Reed. Es una novela coral, pensamientos de mucha gente que cuelgan del aire postindustrial. David Refoyo ha escrito una novela original y distinta, también valiente, y tal vez todo ello signifique que estamos circulando ya por las nuevas avenidas de la literatura española del siglo XXI, lugares del futuro.

Esta novela revela que España es ya un país globalizado. “25 centímetros” es una narración de terror. Me gusta mucho este libro. Me he leído este libro con pasión, y he pasado miedo, miedo auténtico. Me gusta pensar que España tiene ahora escritores diferentes, nuevos escritores. Nuevos escritores que, como hemos dicho Agustín Fernández Mallo y yo en nuestro Manifiesto de Göteborg, no están locos.»

En La independiente la hemos leído y nos ha gustado. Y estaremos encantados en tener al autor hablando de su obra el día 28 de enero, viernes, a las 19:00 h. Os esperamos.

viernes, 21 de enero de 2011

Aramburu

Dice Fernando Aramburu en un artículo de El correo:

«Es propio del poeta hablar desde sí sin intermediarios. Por descontado que le queda la baza del nosotros, pero siempre estarán su conciencia y su voz presidiendo la primera persona del plural. Y, sin embargo, el yo del poeta se caracteriza por su naturaleza universal. Cuando el personaje de una novela o de una pieza de teatro dicen yo, por fuerza se refieren a sí mismos en cuanto seres singulares, anecdóticos e irrepetibles. Cuando lo dice el poeta en el poema, entonces el pronombre personal se lo puede calzar quienquiera, por ejemplo el que lee o el que escucha, lo mismo ahora que dentro de cien años. En cierto modo el poeta expresa la intimidad de la especie, y eso sin que los elementos constitutivos del poema dejen de ser una representación simbólica de lo que él piensa, siente, etc.»

Y de todas esas palabras, que admiro y comparto, estas: «En cierto modo el poeta expresa la intimidad de la especie» siguen ahí. Y no se van.

martes, 18 de enero de 2011

Inauguración



Pues lo hicimos. Montamos una fiesta. Y fue estupenda. Gracias a todos. Os esperamos por aquí.










miércoles, 12 de enero de 2011

Inauguración

La independiente lleva funcionando tres semanas pero todavía no se ha inaugurado como hay que hacer esas cosas. Para solucionarlo el sábado 15 a las 20.30 vendrán un par de amigos a poner música y habrá vinito y algo de comida. Espero que os animéis a venir. Ella lo está deseando.

domingo, 9 de enero de 2011

Suerte

Tuvo suerte: cuando llegó el momento predestinado de dejarse explusar de la cama blandita y volver a dormir en la calle, en un descampado o en un cuarto de contadores, ya había pasado la década fabulosa de los yonquis, los yonquis ya eran cenia, raza extinta, carne quemada en las minas de Moria, y no el vigoroso ejército sonámbulo que hubo poblado las barriadas devastadas de los ochenta. La heroína ladrillera y la marmolina comenzó a ser reemplazada por opiáceos más lustrosos, los fabricantes de agujas y gomas musculares percibieron sensiblemente la caída de las ventas, dejó de ser tan frecuente que los cajeros automáticos amanecieran tapizados de cucharas y dientes perdidos, y todas esas circunstancias añadieron algunos años a la esperanza de vida del joven Lecu, porque de lo contrario el destino lo habría manejado a su antojo y pronto lo habría tumbado en una esquina, arremangado y anhelante.
Y así, Lecu se convirtió en el único hobbit engendrado por yonquis que jamás probó sustancia tóxica alguna a excepción del sorbitol, el acidulante y los gasificantes habituales de la comida envasada. Le bastaba con eso y con la mierda sensible que recorría sus circuitos para alucinar y desvariar y ver muñecos de colores en las paredes blanquísimas de su agujero.
En cualquier caso, tal vez no habría servido de mucho, tal vez habría sido un derroche gastarse los billetes que no tenía en uno de aquellos sobrecitos transmigradores, porque su sistema nervioso debió de quedarse definitivamente enclenque y deprimido cuando la Mujer del Vestido Recatado paseaba por aquellas campas de los ochenta con Lecu-fetal en su vientre, regalándose dosis dobles en la esquina mugrienta de su cobertizo.

Nada es crucial. Pablo Gutiérrez.

viernes, 7 de enero de 2011

Bárbaros

«Poco a poco me fui enterando de que, muy acertadamente, la Sociedad para la Eliminación de las Costumbres Salvajes le había confiado la misión de hacer un informe que le sirviera en el futuro como guía. Y lo había escrito. Yo lo he visto, lo he leído. Era elocuente, vibrante de elocuencia, pero demasiado idealista, a mi juicio. Diecisiete páginas de escritura apretada había llenado en sus momentos libres. Eso debió haber sido antes de que sus, digamos nervios, se vieran afectados, y lo llevaran a presidir ciertas danzas a media noche que terminaban con ritos inexpresables, los cuales, según pude deducir por lo que oí en varias ocasiones, eran ofrecidos en su honor. ¿Me entendéis? Como tributo al señor Kurtz. Pero aquel informe era una magnífica pieza literaria. El párrafo inicial sin embargo, a la luz de una información posterior, podría calificarse de ominoso. Empezaba desarrollando la teoría de que nosotros, los blancos, desde el punto de evolución a que hemos llegado "debemos por fuerza parecerles a ellos (los salvajes) seres sobrenaturales: nos acercamos a ellos revestidos con los poderes de una deidad", y otras cosas por el estilo... "Por el simple ejercicio de nuestra voluntad podemos ejercer un poder para el bien prácticamente ilimitado", etcétera. Ese era el tono; me llegó a cautivar. Su argumentación era magnífica, aunque difícil de recordar. Me dio la noción de una inmensidad exótica gobernada por una benevolencia augusta. Me hizo estremecer de entusiasmo. Las palabras se desencadenaban allí con el poder de la elocuencia... Eran palabras nobles y ardientes. No había ninguna alusión práctica que interrumpiera la mágica corriente de las frases, salvo que una especie de nota, al pie de la última página, escrita evidentemente mucho más tarde con mano temblorosa, pudiera ser considerada como la exposición de un método. Era muy simple, y, al final de aquella apelación patética a todos los sentimientos altruistas, llegaba a deslumbrar, luminosa y terrible, como un relámpago en un cielo sereno: "¡Exterminad a estos bárbaros!»

El corazón de las tinieblas. Joseph Conrad.

Siroco

«Cuando sopla el siroco, la piel humana transpira y los pómulos relucen en las caras bañadas de sudor opaco, por las que un vello oscuro disemina una sombra sucia y mórbida en torno a los ojos, los labios y las orejas. Incluso las voces suenan pastosas e indolentes, y las palabras adquieren un sentido distinto al habitual, un significado misterioso, como si pertenecieran a una lengua prohibida. La gente camina en silencio, como oprimida por una secreta angustia, y los niños pasan largas horas sentados en el suelo, sin hablar, mordisqueando cortezas de pan o piezas de fruta cubiertas de moscas, o contemplando las paredes resquebrajadas donde aparecen esas inmóviles lagartijas que el moho cincela en el revoque viejo. En los antepechos de las ventanas arden claveles humeantes colocados en jarrones de arcilla, y una voz de mujer surte ora aquí ora allá, cantando; su canto vuela lento de ventana en ventana, y se posa en los antepechos como un pájaro exhausto.»

La piel. Curzio Malaparte.

Ahí es nada.

Bienvenidos

Hola a todos. Este es el nuevo blog de La independiente, la librería de Malasaña que apuesta por la narrativa independiente en español. Aquí se publicarán noticias sobre actividades, talleres y cursos y se mostrarán fragmentos de los libros que estemos leyendo.

Un saludo a todos.