lunes, 14 de noviembre de 2011

Parar

Recuerdo la felicidad de las jornadas de estudio, el gozo de leer a Gil de Biedma o a Quevedo, las charlas de los profesores, la cristalización de esta afición a la lectura; recuerdo al hombre que decidió estudiar una carrera universitaria para refinar su criterio como lector, una vez que comprendió que no existía el tiempo suficiente para leer todo lo que era necesario, la deriva que acabó tomando su vida una vez que empezó a leer artículos, reseñas, críticas, literatura técnica. Recuerdo esas cosas con una nostalgia que no se corresponde con el tiempo que ha pasado pero el tiempo (¡ay el tiempo!) se ha llenado de debates estériles en Facebook, de autores demasiado pagados de sí mismos que tuitean 25 mensajes ingeniosos al día y de editores que todas las semanas publican a un autor que cambiará para siempre la literatura mundial; se ha llenado de mensajes, de palabras de relleno. En fin, el tiempo ha cambiado porque ahora tiene más cosas dentro y ha aparecido una velocidad que no existía hasta ahora, un ritmo que se intuye contrario a la literatura.

Miremos de nuevo, más despacio. Como Carlos Marzal:

Cuatro gotas de aceite
sobre un trozo eremita de pan blanco
o sobre el obsequioso corazón
de un tomate maduro en sacrificio,
nos aleccionan con su desnudez,
con su absoluta falta de consejo.

La belleza del mundo es tan frecuente,
tan desinteresada de sí misma,
que hasta que se desvanece en certidumbre,
y acaba por nublarse a nuestros ojos.
Por eso es un pecado
de extrema ingratitud no dar las gracias
en alto con la voz del pensamiento
y con la muda fe de los sentidos.

En la desposesión está la esencia,
en la simplicidad, lo permanente.
Para ungir con lo bello nuestra carne
hay que buscar lo bello donde ha estado
despierto en claridad desde el principio.

El hecho de verter las cuatro gotas,
cuatro lágrimas densas de oro humilde,
sobre las migas cándidas, supone
un acto elemental
contra la ruina
una rúbrica más
contra la muerte.

1 comentario:

  1. Quiero felicitarte mucho muchísimo por esto espacio apacible y atinado. Como editor. Como lector. Como merodeador. Como tocador de libros....

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